El 8 de diciembre es un día marcado en mi calendario, es un día de fiesta, de luz y de color, es el Domingo de Ramos de invierno, es un día grande en el que pequeños y mayores se lanzan a la calle sin importarles si hace frío, llueve o ventea.
Desde muy joven, el puente de la Inmaculada ha sido sinónimo de salir al centro, arreglarse, comer fuera… Es el pistoletazo de salida a la vorágine navideña que se avecina, es día colas en los belenes y de paseos camino de besamanos.
El 8 de diciembre aúna a los dos tipos te tontos sevillanos, los tontos de capirote y los tontos de Nacimiento, los cofrades alternan la visita a la Virgen del Socorro con la Virgen que cuida a su hijo en el Belén de la antigua Caja de Ahorros de El Monte, hoy CajaSol, los que no son cofrades se lanzan a la caza y captura de los dulces de las monjitas y a ver la recién inaugurada decoración navideña.
El 8 de diciembre mezcla el olor a castaña asada con el incienso purísimo de Alfonso XII, la Virgen que va a ser madre dentro de poco con la que llora desconsolada en Mateos Gago o en el convento de San Buenaventura por la muerte de su hijo.
Este año, a la clásica estampa sevillana hay que añadir una imágenes insólitas en Sevilla, entre tallas de Sebastián Santos, Juan de Mesa, Astorga o Eslava Rubio, han aparecido esculturas tan distantes en lo artístico como las de Dalí que podemos ver en el Salvador o las de Rodin que se encuentran en la Plaza Nueva.
El 8 de diciembre se viste de tuno para cantarle a la Pura y Limpia del Postigo y a la blanca Inmaculada que se asoma a la Plaza del Triunfo para oír cánticos con cintas bordadas sobre negras capas con sones de bandurrias y panderetas.
Me ha encantado tu artículo, describe a la perfección lo vivido en este dia, desde las 12 de la noche, en nuestra ciudad. Me encanta este día, su ambiente y las vivencias que deja para el recuerdo…