El otro día charlaba con mi colega Miguel Angel, un profesor que, aunque joven, pertenece a la vieja escuela. No es de los maestros que te zurraban con la regla de canto, no me refiero a esa vieja escuela, me refiero a esos profesores que amaban (y aman) su trabajo, que adoran la enseñanza y que verdaderamente tienen vocación de ser maestro.
Pues bien, M.A. aprovecha cualquier momento para contar las batallitas de su época estudiantil en un piso de estudiantes y salió el tema de los juegos de cartas. Era un apasionado de las cartas, se pasaban horas jugando en la cafetería de la universidad e incluso tenían un club en el que todo aquel que quisiera entrar debía pagar para jugar.
Mi colega se lamentaba porque, después de muchos años como maestro, no tenía tiempo para quedar con sus colegas para jugar a las cartas como hacían antaño y la única solución que había encontrado consistía en jugar online con sus amigos o con cualquier otro jugador que se cruzase en su camino. Desde hacía una semana le estaba siendo imposible jugar por culpa de la máquina de Java de su ordenador.
-Es una máquina del Diablo- Decía, cuando le instaba a que la actualizase o bien la reinstalase.
No nos damos cuenta pero la tecnología, y más concretamente la informática, están sustituyendo a muchos de los órdenes de nuestra vida cotidiana. Si hace unos días os hablaba de las relaciones reales vs las relaciones virtuales, hoy vemos como haciendo uso de webs como http://www.pokeronline.es/ podemos sustituir, de una manera virtual pero muy semejante a la real, nuestras partidas de póker o, como hacía Miguel Ángel, la Pocha, el Tute o el Tute Cabrón.
No se si llegaremos a los extremos que nos cuenta @converso72 con las historias que tanto le gustan sobre Cyberpunk pero vamos camino de una realidad en la que los ordenadores, no como los conocemos ahora sino más integrados aún en nuestras vidas, sean los verdaderos motores de la sociedad. Ya hoy día se cierran tratos por videoconferencia, se mantienen noviazgos por Whatsapp, se trabaja desde casa y se enseña con pizarras digitales donde tanto el contenido como nuestra tiza son virtuales.
¿Podéis imaginar dónde está el límite?