Llevo relativamente poco tiempo viviendo en Coria, provengo de la capital y he elegido este bello pueblo a orillas de mi río Betis para empezar una nueva vida junto a mi nueva familia.

Me decidí por este pueblo por su tradición, su belleza, el buen ambiente y buscando la tranquilidad que se perdió en Sevilla hace muchos años y que tanto ansío.

Desde el día que llegué me propuse ser un coriano más, uno de los de toda la vida, conocer su idiosincrasia, su gente, sus rincones mágicos y su forma de ver la vida.

En estos poco más de catorce meses que llevo viviendo en Coria, me he enamorado de este pueblo y de su forma de vivir, cada día me alegro más de haber elegido este emplazamiento para, si Dios quiere, pasar el resto de mi vida. Pero como siempre y en todos sitios cuecen habas, hay algunos peros, algunas cosas que no acaban de convencerme y en especial una sobre la que me gustaría hablar hoy.

Una de las cosas que más me ha llamado la atención es la poca educación que tienen muchos de nuestros jóvenes en Coria. Sabemos que vivimos en una época en la que, en general y salvo honrosas excepciones, que de todo hay en la vida, la educación para con los demás es un punto secundario en la vida de la juventud actual, pero aquí, en Coria, este hecho roza lo aberrante.

Muchas noches salgo a pasear por el paseo junto al monumento de Hasekura Tsunenaga y no pocas veces me encuentro alguna que otra manada, sí manada, de jóvenes ebrios y con sus discotecas andantes molestando a todo viandante o vecino que se acerque por la zona. Todos tenemos derecho a divertirnos, pero ese derecho acaba cuando empieza el derecho a descansar de los demás. Este hecho no dejaría de ser un simple problema de convivencia si no fuera porque cuando se juntan juventud (y lo que no es juventud), alcohol (y lo que no es alcohol) y automóviles, la cosa pasa de ser una simple molestia a ser un verdadero peligro.

El pasado sábado pude comprobar in situ como un grupo de niñatos, con todas las letras, hacían derrapar una motocicleta de gran cilindrada al estilo de lo que podemos ver en los circuitos de velocidad, con la moto parada y derrapando la rueda trasera, es obvio que no tenemos que explicar cuáles son los peligros que esto conlleva. ¿No se supone que están prohibidas las botellonas? Si se sabe que esto ocurre de jueves a domingo y que no sólo es el hecho de las botellonas sino que hay coches y motos implicadas, ¿Por qué no se pone coto a estos sucesos?

No se queda aquí la cosa y justo ayer cuando llegaba desde Sevilla, un joven en ciclomotor salió, sin previo aviso, de una calle aledaña cruzándose un metro por delante de mi vehículo, mi reacción fue tocar el claxon y en vez de pedir perdón, el susodicho joven, tras hacer mil y un aspavientos hizo un derrape y se lanzó a perseguirme con no sé qué intenciones durante bastantes metros por la calle Cervantes, la cosa no fue a mayores pero yo me pregunto ¿Qué clase de educación les estamos dando a nuestros hijos?

Para más inri, cincuenta metros más abajo se encuentra la comisaría y el ayuntamiento, al pasar por ella se encontraban dos policías en la puerta y en ese mismo momento me adelantan otros dos muchachos sin casco ni camiseta y riéndose de ambos policías.

¿Es Coria el único lugar de España donde se multa a los moteros por llevar casco? Es la única explicación que le encuentro a dicha situación, ¿No se hacen cientos de campañas sobre el uso del casco en motocicletas? ¿Por qué en Coria se pasean con tal impunidad motocicletas y ciclomotores?

Aquí les dejo mi pregunta, contéstenmela ustedes, miembros del cuerpo de policía.

Artículo publicado también en el periódico digital Futuro Imperfecto, sección Monólogos