A estas alturas pocos son ya los rezagados que aún no han escrito su carta a los Reyes Magos…

          No sé si a todos os pasa pero se me pone la carne de gallina cuando vienen a mi memoria aquellas interminables cartas repletas de regalos que escribíamos, o mejor dicho, nos escribían nuestros padres, con un infinito catálogo de juguetes por delante…

          ¿Quién no ha dicho eso de “¡Me lo pido!” alguna vez en su vida, mientras veía los anuncios del Nenuco y su maletín o del barco pirata de Playmobil?

          Aquellos maravillosos años en los que soñábamos despiertos y preparábamos galletas y leche para los Magos, y agua para los agotados camellos… aquellos años en los que llegábamos de ver la cabalgata y subíamos con sigilo y en silencio las escaleras por si los Reyes estaban en casa porque nadie podía verlos y si llegaban y estábamos aún despiertos se iban sin dejar rastro de regalos, por eso había que irse pronto a la cama y dormirse casis sin sueño deseando que llegara la mañana de más ilusión que conozco.

          Esas mañanas en las que estoy segura se repiten estampas similares en todos los hogares, familias enteras unidas en la gran ilusión de los Reyes Magos descubriendo la magia que para ese año les han deparado sus buenas o malas obras. Los más pequeños boquiabiertos ante infinidad de juguetes que llevarán al cole contando mil historias de la noche de la ilusión y de los sueños, y los mayores, satisfechos de que un año más con esfuerzo o sin él, con penas o con alegrías, se haya obrado el milagro de la navidad.

Fotografía extraída de noticiasdealava.com.