Ayer mismo pasé por sus cercanías… el olor a lona mojada rezumaba en el ambiente, las colgaduras de luces que serán el exorno iluminador comienzan a tomar forma, los amasijos de hierro ya no lo son tanto, ya son esqueletos de lo que serán…

La gran entrada, la portada, se eleva enorme, majestuosa, tomando la forma de un emblema sevillano, que a la verita de un Parque que lleva nombre de reina, y que por ende este pabellón de San Telmo, ahora es Costurero de ella… Este año, sus pilares serán redondeados para asombro del sevillano y sus visitantes, enamorados de esta ciudad, que durante una semana se transforma y se traslada con su equipaje de emociones, de alegrías y de leyendas a este paraje insólito de poemas melodiosos con y sin letras, de bailes por siguiriyas con castañuelas, o con un movimiento de muñecas capaz de embelesar y embrujar a todo el que se atreve a mirarla…

Ayer mismo pasé por sus cercanías… y es inevitable la emoción de sentir que ya está aquí, que ya llega, como lo hace siempre, despacito, sigilosa, atractiva y coqueta. Esperando paciente que termine la cuaresma y después, cuando ya no haya incienso en las calles, cuando se haya esfumado la tradición religiosa, entonces llegará ella, tan guapa, tan distinguida, tan señorial que da miedo hasta pisarla, porque una vez pisada sabremos que al final se acaba, y solo pensarlo es un martirio, una pesadilla que nos embarga, pero desde el primer momento, desde las 12 de la noche donde comienza el martes de Feria hay que vivirla y disfrutarla, y hacerle mil honores, y cantarle mil sevillanas, y bailarle en sus casetas, en la calle, en la portada, hacernos poetas de su luz, de su tez, de su mirada y recordarla cada día como una mujer morena ataviada de peineta y traje de flamenca, que te clava su profunda mirada para que el recuerdo dure un año y sepas volver a esperarla.